Posee una pequeña compañera, una estrella Enana blanca que gira a su alrededor cada 50 años, pero que no es visible a simple vista porque tiene una luminosidad de 8,4m.
Sirio se encuentra en la constelación del Can Mayor y es bien visible en los meses invernales, en la inconfundible constelación de Orión.
Esta estrella fue muy venerada por los antiguos egipcios, que la consideraban como anunciadora de la crecida del Nilo y, por consiguiente, de una buena cosecha. Muchos templos egipcios se construyeron de forma que la luz de Sirio iluminara las cámaras interiores. La época más calurosa del verano coincide con la salida helíaca de Sirio en la constelación del Can Mayor. Por esto se le dio el nombre de "canícula" a este periodo.
Si miramos al cielo y observamos un punto de llamativa luminosidad, descartando Venus o Júpiter, lo más probable es que estemos viendo a Sirio. Este lucero es el más brillante del cielo nocturno y se encuentra a unos 8,6 años luz de la Tierra. El nombre que le dan los astrónomos es el de Sirius Alpha Canis Majoris (Sirius A) y tiene una compañera mucho menos brillante llamada Sirius B. Si miramos hacia el sureste, sobre la 1:30 pm, a principios de noviembre, la veremos salir por el horizonte. Una vez localizada, podemos comprobar su color, sin duda blanco, con un brillo tal vez algo azulado.
Para los egipcios Sirio marcaba el origen del año
Una estrella tan destacable no podría tener una presencia menor en la historia. Probablemente, los primeros homínidos que miraron al cielo con curiosidad debieron reparar en el mayúsculo brillo de aquel punto en el firmamento. Para los egipcios, era la estrella más importante de todas; de hecho, en su calendario, el año se iniciaba justo en el momento en el que Sirio ascendía por primera vez por el horizonte, cosa que ocurría a finales de julio, coincidiendo con el desbordamiento del Nilo. El nombre que le dieron fue el de Sotis o Sothis, que significaba “Brillante del año nuevo”, y que identificaban con la diosa Sopdet. La iconografía de esta divinidad era la de una mujer con una estrella sobre su cabeza, aunque muy a menudo se representaba con un perro. Esta imagen del perro prevaleció para los griegos, de tal forma que decidieron llamar a la constelación que alberga Sirio como Canis Major.
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